El relativismo Moral y la crisis de valores
Dice Jaime M. Oreja que es un optimista que está pesimista, aunque el jueves, en el Seminario Mayor, y frente a un auditorio a rebosar terminó citando a la consoladora Madre Teresa que decía: lo que tu haces yo no puedo hacerlo y lo que yo hago tu no puedes hacerlo, pero juntos estamos haciendo algo hermoso para Dios.
El político europeo dejó claro que Europa está dejando de ser fiel a la naturaleza humana y es un cuerpo sin alma. Está sumida en una crisis que no es política ni económica, es de las personas; y que necesita una regeneración, un cambio de conciencia y de corazón.
No es un problema de extrema derecha ni de extrema izquierda, es de extremo desorden. Pero la solución al desorden no pasa por sustituir un orden por otro, sino por descubrir que olvidar nuestras raíces nos lleva a una crisis moral.
Aunque en las crisis los adversarios se agigantan, el problema no es lo que viene de fuera sino lo que hacemos nosotros.
Esta crisis moral se manifiesta en que lo más obvio es lo que se pone en duda. Cuanto más obvia es una verdad, es más difícil de defender, porque es más difícil de demostrar. Y esa dificultad se torna en miedo. Tenemos miedo a defender lo obvio, repitió en más de una ocasión Jaime Mayor.
Por eso una primera obligación, y no un derecho, es defender la razón y la verdad. Y no es fácil porque la mentira prevalece en ocasiones sobre la verdad y se propaga más rápidamente que ella. Además la sociedad líquida actual se mueve sin referentes permanentes y se centra en alcanzar el bienestar de una manera automática abrazando la comodidad y generando falsos derechos que van en contra de las personas como el aborto o la eutanasia.
Pero es que además tenemos una segunda obligación que es ir a la raíz de la verdad y defenderla. Uno es como es en su casa, por eso en la familia descubrimos que se nos revela la verdad de cada uno, y defender la familia es defender la verdad. Y es que no se trata tanto de extremar la defensa de la verdad sino más bien de defender a la familia como su raíz.
Europa debe descubrirse también como comunidad de vida y reconocer los valores cristianos que se encuentran desde su concepción.
Pero para ello toca discernir los tiempos para saber qué es lo bueno de lo nuevo, ya que en lo nuevo también hay expresiones de decadencia moral. Y no hablamos en términos de trascendencia sino de realidad, porque en cada acción y actividad existe la verdad.