El Amor de pareja, con mayúsculas, tiene el deber de ser contagioso
Hace un par de semanas (curiosamente cinco días antes de San Valentín) el obispo de Bilbao, don Mario Iceta y su delegado de Familia, Fran Alcalá, hicieron un alto en Valladolid para presentarnos el nuevo itinerario de formación de novios que ultima la Conferencia Episcopal. El interrogante de fondo que se plantea es el siguiente: ¿cómo proponer el matrimonio cristiano (que responde a la llamada de Dios y es generoso, fiel y abierto al don de la vida) a una sociedad descreída, individualista, antinatalista y amante del aquí y ahora? La respuesta es una: ACOMPAÑAR, pero ACOMPAÑAR desde la ALEGRÍA.
La belleza del matrimonio cristiano no se puede mostrar en un cursillo; ya no, ahora no. Las parejas que se asoman a nuestras parroquias son tan diferentes entre sí que no hay recetas universales, como no debería haber más requisito previo que el del bautismo en Cristo. Además, la única ventaja del descenso de solicitudes (solo una de cada tres parejas se casa por la Iglesia) es que ese acompañar cada realidad, cada punto de partida y cada paso del camino, se convierte en asumible.
Este nuevo paradigma de pastoral familiar, trazado por el papa Francisco en Amoris laetitia, persigue dar respuesta a los nuevos desafíos, porque la Iglesia es madre y no puede desentenderse nunca de ninguno de sus hijos, y porque el matrimonio es la fuente donde el amor de Dios puede regenerar el mundo. Y para hacer más eficaz, más útil y más sencillo ese acompañamiento está ese itinerario de la CEE, que verá la luz antes del verano, y propuestas concretas como las de las diócesis vascas en www.nuestroproyecto.net
Una vez ampliado el abanico del ‘a quién’ y con el colchón del ‘cómo’ cada vez más mullido, la asignatura pendiente sigue siendo, en mi opinión, la ALEGRÍA. ¿Por qué nos cuesta competir con San Valentín, si el pobre santo ya solo ofrece a los enamorados bombones y flores de un día y nosotros un amor eterno, desinteresado e inmenso? La pelota no está solo en el tejado de los agentes de pastoral, sino también en el de los esposos cristianos que, a veces, perdemos de vista el enorme don que Dios nos ha dado con nuestra vocación. No se trata de fingir, de impostar, de forzar, sino de ser agradecidos y ‘misioneros de la alegría’ también desde nuestras uniones.
No hay nada más contagioso que la alegría y el AMOR de pareja, con mayúsculas, tiene el deber de ser contagioso.… Para mí es un ‘virus’ tan reconfortante, me hace sentir tan bien y me da tanta fuerza, que me siento en la obligación de transmitirlo. Ojalá fueran muchas las parejas abiertas a dejarse imbuir de él.
Teresa Lapuerta