«Transmitir alegría y esperanza». Así empieza Ana Cuevas, madre de 4 hijos y psicóloga responsable de la atención al duelo del COF (Centro de Orientación Familiar Diocesano), su charla sobre acompañar a las familias en el duelo.
«El dolor y el amor, la tristeza y la alegría, van de la mano», dice ella.
El duelo es la respuesta natural de los seres humanos ante cualquier pérdida significativa. A lo largo de la charla, fue dando respuesta a una serie de preguntas que suele preocupar a la gente cuando están pasando una situación de duelo
- ¿Me estoy volviendo loco?
- ¿Cuánto tiempo dura el duelo?
- ¿Qué podemos hacer para que se nos pase?
La vida de una persona se ve alterada en todas sus facetas. Físicamente el organismo reacciona, hay un bloqueo que puede llegar a desencadenar enfermedades. Socialmente existe un gran cambio. La relación con los amigos se hace a veces difíciles. Espiritualmente te pones frente Dios. Emocionalmente te desestabilizas entero.
«Y ¿esto? ¿cuánto dura?» nos preguntamos… Pues no hay un plazo, pero es normal estar en duelo por lo menos un año, ya que es a lo largo de este primer año cuando van a ser las primeras veces que nos tendemos que enfrentar a la ausencia del ser querido en fechas especiales como las Navidades, cumpleaños, etc.
Para que este tiempo sea productivo y nos haga avanzar hay que tener paciencia, no hay que esperar a que “el tiempo lo cure todo», ya que el tiempo por sí mismo no cura nada. Lo importante es lo que hacemos durante ese tiempo.
Para ello, es importante aceptar la realidad de la pérdida, trabajar con los sentimientos en profundidad, aprender a vivir sin el fallecido, y hacer un «espacio emocional» al fallecido. Continuar viviendo y avanzar desde la invasión inicial que al principio tiene la persona fallecida en nuestro corazón y nuestra cabeza, hasta hacer que poco a poco se vaya reduciendo para volver a encontrar un equilibrio.
Para acompañar a las familias en situación de duelo aparecen dos verbos: escuchar y acoger. Estar disponibles para escuchar y acoger sin juzgar.
De las distintas situaciones de duelo que puede aparecer en las familias, Ana hace hincapié en varias. Especialmente cita la manera en la que transmitimos la información de la pérdida a los niños. A ellos hay que hablarles de forma sencilla pero sin reducir la muerte, explicar con sencillez y claridad; porque son pequeños, pero no son tontos… saben que algo gordo ha pasado en la familia.
Y la muerte de un hijo la resaltaba como uno de los momentos más duros de la vida, de hecho no hay ni nombre para definir esta situación. La herida que deja es profunda y necesita mucho más tiempo.
Ana nos ha abierto las puertas a algo que muchas veces no sabemos cómo afrontar, ni en nosotros mismos, ni en nuestra familia.
Realmente nos ha trasmitido alegría y esperanza. Porque es un proceso que hay pasar, pero del cual se sale, se vuelve a encontrar un equilibrio que nos permite volver a ser felices.
Porque aprender a morir es aprender a vivir; y aprender a vivir es aprender a morir.
Enhorabuena Ana Cuevas, y gracias por este trabajo tuyo que tanto bien hace a las personas.